domingo, 8 de enero de 2023

Seven

 


Era 1995 y David Fincher —director curtidísimo en videoclips pero casi un recién llegado al largometraje— nos regala una cinta que es el punto de partida del thriller actual. Una policiaca pop que por fin, aunque ya en El silencio de los corderos se diera el caso, nos pone en bandeja de plata el miedo. Pero no servido entre arcadas, que oye si sois de estomago sensible no os voy a negar que haya escenas que no os las produzcan pero, en este caso, amigos, con coco, con mesura, con inteligencia, dándonos un villano sutil, inquietante, odiable —por supuesto— pero de discurso desarrollado porque el terror de verdad entra por la mente. Cuando te lo presentan con su camisa, su corbata, sus zapatos limpios y su verborrea caballerosa, y te lo enfrentan a dos policías —excelentes los Freeman, Pitt y compañía— con sus cicatrices e ilusiones respectivamente, con los que empatizas porque cuándo no es el día que viendo los telediarios no sientes que la vida es una mierda.

            Y recuperando a Fincher, como a todo su equipo de guión, música, fotografía —los A. K. Walker, H. Shore y D. Khondji— gracias por auparla a la categoría de obra maestra en su género —al que aportan con sumo gusto de acción tan bien tratada que te encoges—, habiéndole dado el ritmo, el tono; las dosis de asfixia, de dolor,  y de amor porque escuchad qué hay mas terrorífico que poder perder la vida de quien más amas en nombre de Dios, ¿pero en serio?

            Vedla y odiareis —o quizás no— los días de lluvia.