¿Acaso no estamos hartos de
vivir en una sociedad infantilizada donde todo es almidonado por la sombra de
lo políticamente correcto? ¿Quién de
vosotros no ha hecho sudar la tarjeta de crédito pagando objetos que no
necesitaba por sentirse mejor, por recompensarse, por yo qué sé qué envidias?
Todos lo hemos hecho, y aquí, en esta película devastadora, el personaje de
Edward Norton (el narrador) nos lo vocifera —¡y de formas tan distintas!— mientras
que, el personaje de Brad Pitt (Tyler Durden), nos recrimina lo vacías que
están nuestras vidas aunque las llenemos de muebles de diseño, porque, llevada al
límite, esta cinta que, adapta una novela de Chuck Palahniuk, es toda una
señora bronca a nuestra actitud de títeres. ¿Vomitiva? Que va, una cinta de
culto que echa mano de la obscenidad, de los puñetazos pero, hasta certera
—tanto en su esencia como en su envoltorio, sucio pese a un protagonista que fabrica jabón; válgame la
paradoja—. ¿No es verdad que embargamos nuestras vidas para comprarnos un coche
más rápido que el del vecino trabajando en oficios o con jefes que detestamos? Ah,
sí. ¿Y no es verdad que somos la generación con más enfermedades mentales
silenciadas? Ah, sí. Dura, cruel, sanguinaria pero también estremecedora porque
¿acaso no es la soledad del narrador nuestra misma compañera de viaje? ¿No
vivimos en un club de la lucha donde, pringados hasta las cejas, nos matamos
por el mejor empleo, el que nos pague los míseros medicamentos que consumimos
en silencio y totalmente avergonzados mientras cumplimos años y perdemos
amistades? Pues eso, filosofía a golpes: joya del séptimo arte.
La imagen, esa que os mecerá al
lado oscuro, corre a cargo de Jeff Cronenweth; la banda sonora, maravillosa
nana mecedora es de The Dust Brothers, Michael Simpson y John King.
Vérosla pronto, y flipad.