Era 1959, teníamos cine en color pero en blanco y negro resultaba menos dantesco maquillar a Jack Lemmon y Tony Curtis para que dieran el pego como mujeres, y Wilder lo hizo. Siempre saliéndose con la suya, el genio nos regaló, una cinta que, seamos sinceros, otros lo hacen y el resultado es fallido pero nuestro director de origen austrohúngaro sabía mucho, y con su magia y las dotes interpretativas de los arriba mencionados, más la de Marilyn Monroe bordando el papel de rebelde ingenua, obtuvo una historia sublime.
Comedia en estado puro que escena tras escena nos embelesa con la ironía de sus diálogos, la torpeza y el desparpajo de cada actor, y nos lleva, hijos del buen cine, a los años 20, los inocentes veinte del hampa haciendo negocios turbios con el contrabando del alcohol mientras unos granujillas les dan una lección a través de un hotel poblado de la fauna más diversa. Animales deseosos todos de amar que nos hacen restregarnos de la risa.