En los
albores del nuevo siglo Cristian Bale protagonizó una cinta que por
tanto abarcar podría haberse ido a la porra pero que aguanta muy bien hasta el
final, manteniendo cada sub-trama como el perfecto maquinista que un día fue su
personaje.
Su director, Brad Anderson, orquestó, contando con el genio de Roque Baños
—música acojonante—, Xavi Giménez —fotografía impactante— y Scott Kosar —al
frente del guión, ¡y qué guión señores y señoras!—, un thriller psicológico
que, jugando con el surrealismo, —¡y con nosotros mismos!—, nos conduce por el
incomprensible mundo de Trevor Reznick suministrándonos recuerdos o fantasías,
¿quizás vivencias actuales? que hasta el final no sabremos distinguir e hilar,
y como buen narrador ejecuta una metáfora entre la maquinaria, trasto
problemático por el que Trevor —como beligerante sindicalista se enfrentaba a
sus jefes—, con su estado mental. Uno tan terrible que lo aboca al infierno, y
mientras nos enfrentamos al porqué queremos saber el qué, y rozando la paranoia
tanto como él, el film nos sacude. Nos hace dudar de todo y hasta del nunca mal
pensado Trevor. Ay, amigos, la psique como nos devora cuando un problema se
convierte en pesadilla, y en esto El
maquinista me
recuerda tanto pero tanto a El club de
la lucha que si os
gustó la segunda véosla aunque solo sea porque es una cinta de culto y Bale
está de Oscar.