domingo, 8 de enero de 2023

Avatar II: El sentido del agua / Avatar: Avatar: The Way of Water

 


Ni fu ni fa.  ¿Ni fu ni fa?

            Al margen de unos maravillosos efectos especiales que, obviamente son  explotados para alargar la película una barbaridad y sin aportar nada relevante, salvo documentarnos gráficamente del virtuoso planeta que es Pandora, en el terreno argumental no es gran cosa. Pero es que quizá tampoco sea el objetivo de James Cameron. Seguramente sabiendo todo esto salgamos encantados del cine —yo lo hice—, y es que los efectos 3D merecen la pena mucho. Han mejorado notablemente desde la primera parte, y ya no son solo detalles que justifiquen clavarte las gafas, ¡son un personaje más! El mismo que te hace mover la cabeza para evitar que una rama te golpee en la frente y, que (¡SPOILER, SPOILER!), te hará saltar en la butaca cuando los personajes atraviesen la selva pertrechados con sus armas. ¡Cielo santo! ¡Al carajo con el argumento! Aquí lo que importa es la EXPERIENCIA, y, en efecto, sabe como miel sobre hojuelas.  

            Véosla, que es una cinta de aventuras trepidante, que el amor siempre vence, que los malos son los mismos, pero no podéis dejar que alguien como yo os la cuente. ¡Id a verla!

            Olé, olé y olé por todo el equipo técnico y artístico. ¡Pandora es otro universo, y hay que conocerlo!

El maquinista / The Machinist

 


En los albores del nuevo siglo Cristian Bale protagonizó una cinta que por tanto abarcar podría haberse ido a la porra pero que aguanta muy bien hasta el final, manteniendo cada sub-trama como el perfecto maquinista que un día fue su personaje.  

            Su director, Brad Anderson, orquestó, contando con el genio de Roque Baños —música acojonante—, Xavi Giménez —fotografía impactante— y Scott Kosar —al frente del guión, ¡y qué guión señores y señoras!—, un thriller psicológico que, jugando con el surrealismo, —¡y con nosotros mismos!—, nos conduce por el incomprensible mundo de Trevor Reznick suministrándonos recuerdos o fantasías, ¿quizás vivencias actuales? que hasta el final no sabremos distinguir e hilar, y como buen narrador ejecuta una metáfora entre la maquinaria, trasto problemático por el que Trevor —como beligerante sindicalista se enfrentaba a sus jefes—, con su estado mental. Uno tan terrible que lo aboca al infierno, y mientras nos enfrentamos al porqué queremos saber el qué, y rozando la paranoia tanto como él, el film nos sacude. Nos hace dudar de todo y hasta del nunca mal pensado Trevor. Ay, amigos, la psique como nos devora cuando un problema se convierte en pesadilla, y en esto El maquinista me recuerda tanto pero tanto a El club de la lucha que si os gustó la segunda véosla aunque solo sea porque es una cinta de culto y Bale está de Oscar.



Seven

 


Era 1995 y David Fincher —director curtidísimo en videoclips pero casi un recién llegado al largometraje— nos regala una cinta que es el punto de partida del thriller actual. Una policiaca pop que por fin, aunque ya en El silencio de los corderos se diera el caso, nos pone en bandeja de plata el miedo. Pero no servido entre arcadas, que oye si sois de estomago sensible no os voy a negar que haya escenas que no os las produzcan pero, en este caso, amigos, con coco, con mesura, con inteligencia, dándonos un villano sutil, inquietante, odiable —por supuesto— pero de discurso desarrollado porque el terror de verdad entra por la mente. Cuando te lo presentan con su camisa, su corbata, sus zapatos limpios y su verborrea caballerosa, y te lo enfrentan a dos policías —excelentes los Freeman, Pitt y compañía— con sus cicatrices e ilusiones respectivamente, con los que empatizas porque cuándo no es el día que viendo los telediarios no sientes que la vida es una mierda.

            Y recuperando a Fincher, como a todo su equipo de guión, música, fotografía —los A. K. Walker, H. Shore y D. Khondji— gracias por auparla a la categoría de obra maestra en su género —al que aportan con sumo gusto de acción tan bien tratada que te encoges—, habiéndole dado el ritmo, el tono; las dosis de asfixia, de dolor,  y de amor porque escuchad qué hay mas terrorífico que poder perder la vida de quien más amas en nombre de Dios, ¿pero en serio?

            Vedla y odiareis —o quizás no— los días de lluvia. 

 


El balón rojo / Le ballon rouge

 


Volemos a 1956, e imaginemos la conversación que Albert Lamorisse (el director de la cinta) pudo tener con su actor protagonista: «Hijo mío, tienes cuatro años y después de tanto insistirme para que te explique qué es la magia, vamos a hacer una película».

            Estas palabras me las acabo de sacar de la manga pero qué es magia sino el ingrediente máximo de esta película. Un mediometraje de treinta y cinco minutos que ese mismo año ganó un Oscar al mejor guión y al año siguiente se colocó en el Top de las mejores películas extranjeras para la National Board of Review y fue nominada en la categoría de mejor película extrajera por el Circulo de Críticos de New York. ¡Ahí es nada, amigos!

            Estamos en una ciudad de Francia. La pobreza y el desanimo lo impregnan todo. Vemos a un niño —revoltoso se deduce pero muy perspicaz— que va camino del colegio. Viste de gris, arrastra una cartera que pesará más que él y libera un globo que se encuentra atado a una farola. Decide no separase de él, lo convierte en su compañero. Ha de subir al autobús pero cuando le niegan el acceso por no querer desprenderse de él, decide ir a pie. Y corre, corre hasta llegar a la escuela. Cumple su deber y regresa a casa, está contento, tiene un amigo. Su único amigo. Un amigo rojo y que dan ganas de comértelo porque reluce con el brillo de una piruleta.

            ¿De dónde sacaría Lamorisse padre un globo tan brillante que es la metáfora de la ilusión así como el objeto —palabra más desacertada no hay— para desencadenar la crueldad? De dónde porque os recuerdo que es 1956, y cómo porque, qué final, por favor.  Sí, sin apenas diálogos, tiene el desenlace más bello del planetario cinematográfico.

            ¡Vedla! 

 

En Busca del Arca Perdida / Indiana Jones: Raiders of the Lost Ark


Si regentase un cine de verano, sabe el señor Spielberg que proyectaría esta película, temporada tras temporada, porque cuarenta y un años después de su estreno, todavía es el arquetipo que toda cinta de aventuras que se precie debe seguir. ¡Lo tiene todo!

            Si rascásemos podríamos encontrarle semejanzas con Casablanca: sendas historias se mueven en torno a la cruenta batalla contra el fascismo, —Hitler es el enemigo a batir— y encuentran en el norte de África —no totalmente la película protagonizada por Harrison Ford— el escenario para lidiar contra los hombres del Führer, ridiculizándolos en ambas. No obstante, las aventuras de Indiana Jones, y En busca del arca perdida en concreto, lindan más con la comedia y la fantasía que la de Michael Curtiz —cinta más bien encasillable en el género dramático con texturas a romance— pese a esos duelos entorno a la política que nos alborotan y en los que Rick quiere convencernos de lo duro que es.

            Pero volviendo a En busca del arca perdida que, cuenta con las dosis perfectas de acción —desde el principio y conduciéndonos a través de las selvas de Sudamérica donde el protagonista no acaba nada bien una misión—, amor —que nunca le falte al héroe una chica tan dura como él— y misterio, porque ¿qué secretos ocultan las Tablas de la Ley que Dios entregó a Moisés para que todo un batallón de nazis las busquen?, no se le podía pedir nada más. ¡Pero entonces llegó el colmo de nuestro gozo con la banda sonora compuesta por John Williams y, la película se convirtió en franquicia, y la franquicia en leyenda y todos caímos rendidos a los pies de Indiana Jones, nuestro arqueólogo de cabecera! 

 

¡No os la perdáis, amigos, o mejor todavía: difundirla entre las nuevas generaciones!

  


 

Richard Jewell

 


Al nonagenario Clint Eastwood no le tiembla el pulso, y como cineasta curtido en mil batallas a la historia de Richard Jewell (2019) le supo sacar el máximo jugo. Como ya hiciera con Sully y El intercambio, en la cinta de hoy, sabe bucear en las aguas turbulentas de basados en hechos reales llevando al ávido espectador por el sombrío camino de la duda y la sospecha, dejándolo caer en la maravillosa perplejidad en el momento justo.        
Durante los festejos por los Juegos Olímpicos de Atlanta una serie de atentados a lo largo y ancho del país ponen en jaque al FBI al tiempo que, en una pequeña familia el único hijo de una señora que no ha sido precisamente bendecida por la vida, pelea y patalea por ser respetado como agente de seguridad mientras, las mofas son su pan de cada día. Y he aquí la presentación de los dos ingredientes principales para una de las mejores películas del cineasta (en cuanto y en tanto a su década respecta) porque con Richard Jewell tenemos un caso policial llevado al extremo de lo humano poniendo, aparte, el foco en las malas artes de los federales por cerrar un caso que, como mínimo, les quema, y en el camino haciéndonos dudar de la bondad de Jewell, la que sabemos que existe pero por qué iba a ser oro todo lo que reluce. ¿Por qué? No lo sé pero una semana después de haberla visto todavía me escama.

 

Ale, ya tenéis tarea para este fin de semana.

 

Historias de Filadelfia / The Philadelphia Story

 


En 1940 George Cukor nos regaló una de las mejores comedias románticas que el público recuerda.  Divertida, revolucionaria, inteligente, mordaz, simpática, a veces sexy, y brillante en su realización es deliciosa.  

            Siempre fascinante en su papel de mujer rebelde Katharine Hepburn, adelantada a su tiempo, no solo de fuerte carácter sino indómita, nos empuja para acá y para allá en una fantasía de amoríos mientras, uno inocente desde la butaca de casa, apuesta por con cuál de los dos protagonistas masculinos terminará casándose, despejando la incógnita del prometido soso de una patada porque sería lo fácil, lo correcto, aquello que sus padres y la sociedad aprueban en una chica de bien. ¿Pero estamos ante una chica de bien? ¡No! ¡Ella quiere ser quien decida su futuro! ¿Y en aquellos tiempos qué pintaba una mujer poniendo voz a su vida?

            Los otros dos pilares de la función son Cary Grant y James Stewart, conductores excelsos del comportamiento alocado de Hepburn; sus dos palmeros de honor en una comedia que es un enredo muy bien orquestado y que, oh, sí, hasta mantiene su intriga hasta el final porque la magia del amor no tiene porque ser predecible.

            De ellos, los arriba seguramente mal nombrados palmeros porque qué haríamos sin la candidez de Stewart y la elegancia truhanesca de Grant,  la cinta quedaría coja,  falta de un dialogo entre el ying y el yang que te hace explotar el cerebro cuando se enfrentan por el amor de esa mujer, la fiera de nuestra niña, la que no permite que decidan por ella pero sí decide por todos. Verlo es increíble.

            Os la recomiendo, leales amigos.

El club de la lucha / Fight Club


Es el final de milenio y David Fincher nos revuelve el estomago con una película donde, sí,  la violencia es la protagonista pero totalmente justificada. La primera visualización os puede parecer francamente y, como he leído por ahí, vomitiva (hay un  público que tiene cada vez más la piel más fina); hasta una ida de olla sin otro propósito que haceros sufrir pero para mí, es todo un acto de rebeldía.

¿Acaso no estamos hartos de vivir en una sociedad infantilizada donde todo es almidonado por la sombra de lo políticamente correcto?  ¿Quién de vosotros no ha hecho sudar la tarjeta de crédito pagando objetos que no necesitaba por sentirse mejor, por recompensarse, por yo qué sé qué envidias? Todos lo hemos hecho, y aquí, en esta película devastadora, el personaje de Edward Norton (el narrador) nos lo vocifera —¡y de formas tan distintas!— mientras que, el personaje de Brad Pitt (Tyler Durden), nos recrimina lo vacías que están nuestras vidas aunque las llenemos de muebles de diseño, porque, llevada al límite, esta cinta que, adapta una novela de Chuck Palahniuk, es toda una señora bronca a nuestra actitud de títeres. ¿Vomitiva? Que va, una cinta de culto que echa mano de la obscenidad, de los puñetazos pero, hasta certera —tanto en su esencia como en su envoltorio, sucio pese a un  protagonista que fabrica jabón; válgame la paradoja—. ¿No es verdad que embargamos nuestras vidas para comprarnos un coche más rápido que el del vecino trabajando en oficios o con jefes que detestamos? Ah, sí. ¿Y no es verdad que somos la generación con más enfermedades mentales silenciadas? Ah, sí. Dura, cruel, sanguinaria pero también estremecedora porque ¿acaso no es la soledad del narrador nuestra misma compañera de viaje? ¿No vivimos en un club de la lucha donde, pringados hasta las cejas, nos matamos por el mejor empleo, el que nos pague los míseros medicamentos que consumimos en silencio y totalmente avergonzados mientras cumplimos años y perdemos amistades? Pues eso, filosofía a golpes: joya del séptimo arte.

La imagen, esa que os mecerá al lado oscuro, corre a cargo de Jeff Cronenweth; la banda sonora, maravillosa nana mecedora es de The Dust Brothers, Michael Simpson y John King.   

Vérosla pronto, y flipad.

La lista de Schindler / The Philadelphia Story


La Segunda Guerra Mundial nos ha sido retratada tantísimas veces que, para mí, ya resulta un tema manido del que intento huir. Sin embargo la cinta que os traigo a coacción, dentro de un minimalismo que llega a rechazar el color con la salvedad de colorear el abrigo de una niña —como estrategia para que enfoquemos la atención en ella y en su historia, breve pero que resume todo lo que significó el terror nazi para los niños judíos—, resulta una excelente sumersión en el Holocausto que arrasó el continente. Con diálogos los justos, Spielberg descarta empotrar conversaciones que no lleven a nada porque no van a explicar mejor lo que ya todos sabemos, de hecho lo que él quiere es hacernos sentir, y ¡maldita sea!, lo logra. Filmada a ratos como si fuera un documental, con mucha gente moviéndose de aquí para allá y en silencio todo porque este también es un lenguaje, y devastador; y con solo dos protagonistas encarnando el bien (Liam Neeson), el mal (Ralph Fiennes), las tres horas de metraje son una absoluta brutalidad que nos deja exhaustos emocionalmente. Y como si un tren nos hubiera pasado por encima nos damos cuenta de dos cosas: el bien puede ir revestido con una capa de malicia; el mal aniquila la empatía.

 


      

Con faldas y a lo loco / Some Like It Hot

 


¿Qué le pedís a una película? Decid, vamos, hacedlo sin temor, y  el Dios Billy Wilder os la servirá en bandeja de plata, aunque esta vez sea a lo loco, con  mafia de por medio y romances atípicos protagonizados por canallas vividores que lo arriesgan todo.

            Era 1959, teníamos cine en color pero en blanco y negro resultaba menos dantesco maquillar a Jack Lemmon y Tony Curtis para que dieran el pego como mujeres, y Wilder lo hizo. Siempre saliéndose con la suya, el genio nos regaló, una cinta que, seamos sinceros, otros lo hacen y el resultado es fallido pero nuestro director de origen austrohúngaro sabía mucho, y con su magia y las dotes interpretativas de los arriba mencionados, más la de Marilyn Monroe bordando el papel de rebelde ingenua, obtuvo una historia sublime.

Comedia en estado puro que escena tras escena nos embelesa con la ironía de sus diálogos, la torpeza y el desparpajo de cada actor, y nos lleva, hijos del buen cine, a los años 20, los inocentes veinte del hampa haciendo negocios turbios con el contrabando del alcohol mientras unos granujillas les dan una lección a través de un hotel poblado de la fauna más diversa. Animales deseosos todos de amar que nos hacen restregarnos de la risa.